Me mudé a un nuevo departamento, pero pronto me di cuenta de que mis finanzas no estaban en orden para cubrir la renta. Fue entonces cuando mi arrendador, al ver mi desesperación, me ofreció una solución inesperada: pagarle con mi cuerpo. Al principio, no sabía qué pensar, pero la idea me resultó irresistible. Decidí aceptar. Lo que empezó como un trato para resolver un problema se transformó rápidamente en algo mucho más complejo y ardiente. Cada vez que le pago la renta, lo hago de la única manera que él quiere: entregándome a él. Lo que comenzó como una simple transacción se convirtió en una relación llena de pasión, deseo y una constante batalla de poder, en la que me pierdo cada vez más, sin poder resistir la atracción y el control que él ejerce sobre mí.
