Después de una semana agotadora, me sentía con el cuerpo tenso y la mente dispersa. En una visita rutinaria, el doctor —con una sonrisa sabia— me dijo: Relájese, consiéntase... y acepte toda la dosis de cariño que su pareja quiera darle. A veces, el mejor remedio está en casa.
Esa noche, se lo conté entre risas a mi esposo. Sus ojos brillaron con picardía. Entonces vamos a seguir las indicaciones al pie de la letra , murmuró mientras me tomaba de la mano y me guiaba al dormitorio.
Encendió una vela, colocó música suave y me pidió que me recostara boca abajo. Sus manos cálidas comenzaron a recorrer mi espalda lentamente, soltando cada nudo de tensión. Sus caricias se volvieron cada vez más suaves, más íntimas. No sabía si estaba curando mi cuerpo o simplemente despertando cada rincón de mi deseo.
Sus labios comenzaron a explorar mi cuello, mis hombros… mi respiración se aceleraba, mis sentidos se agudizaban. Sentí cómo todo lo que me estresaba desaparecía, como si su tacto f