Mientras preparábamos algo en la cocina, no podía dejar de mirar sus delicados pies descalzos deslizándose sobre el piso. Cada paso que daba era una provocación. Entre risas y roces, se dio cuenta de que me encantaban, y comenzó a jugar con eso. Un toque accidental por aquí, una postura insinuante por allá... Hasta que los pies se volvieron los protagonistas de nuestro pequeño juego íntimo y consentido. Una experiencia sensual y juguetona que ninguno de los dos esperaba.