Tomiko vivía en una pequeña habitación de alquiler, el espacio era modesto pero decorado con esmero, lleno de elegantes vestidos y ropa que había ido acumulando. Cada pieza era un recordatorio de sus impulsos desmedidos, ya que, aunque le gustaba vestirse con estilo, esos gastos la habían dejado con varios meses de deuda de alquiler. El peso de las facturas impagas comenzaba a presionarla, pero cada vez que tenía dinero en sus manos, prefería gastar en algo nuevo para lucir. Ese ciclo la llevó al borde de un enfrentamiento inevitable con su casero.
Esa tarde, su casero, un hombre de presencia imponente con músculos marcados y una barba bien cuidada, la llamó a su oficina. Sabía que la deuda no podía seguir acumulándose, y su tono fue duro y directo desde el comienzo, dejando claro su frustración. Sin embargo, mientras Tomiko escuchaba, algo dentro de ella decidió que, en lugar de disculparse o justificar sus acciones, intentaría otra estrategia. Vestida con uno de sus trajes má